El silencio del Campanario
de
24
noviembre
Daniel
respondió:
—
¡Te acordaste de mi oh Dios!
¡Tú no abandonas
a los que te aman!
Antiguo
Testamento.
Hablaré de ella, de cómo vivió y desapareció en la iglesia donde ahora, todos los días, bajo esta lluvia inmemorial de invierno, doblo las campanas para mantener vivo su recuerdo. Su aspecto nunca cambió con el tiempo, algo que a todos estremeció, especialmente por su costumbre de vagar por la aldea sin importar la rudeza de la lluvia. Quien se cruzara en su camino no dejaba de notar su sonrisa constante y plena bajo unos ojos brillantes y ardientes, sus rizos largos y dorados que nunca peinaba, vistiendo siempre su único camisón viejo de poca limpieza. Y mientras ella, descalza, recorría las calles, los demás nos ahogábamos en una tristeza queda y pesada tras esta lejanía que nos había sido conferida por el tiempo, conscientes de que aquel lugar estaba irremediablemente perdido, que sus caminos eran negros y engañosos, y que ella, con su llegada, parecía haber prohibido toda opción de sentirnos recordados por alguien, a nosotros, los abandonados.
Tanto aquí como allá, la acompañaba una sombra pesada de soledad, tal vez como la la aldea misma. Y a medida que aumentaba el desprecio de la gente, a medida que quedaba en claro que su llegada era como una peste traída de otras tierras, y que nuestras vidas seguirían eternamente perdidas y olvidadas, se reforzaba ese inexplicable reproche hacia ella, ese sentimiento de ira impotente y asco reprimido que surgía cada vez que, bajo la tormenta perpetua, parecía regocijarse cada vez más. ¿En su corazón acaso maduraba durante su deambular algún sentimiento de odio? Quién sabe si no lo estará haciendo en este preciso momento, en ese remoto lugar donde ningún susurro llega hasta nosotros.
Del último día que la vi, recuerdo que un aroma a pureza se difundió en el aire. También fue la única vez que oí su frágil voz.
—Tantas cosas ocurren en una tormenta. Tantas formas de vencer la cautividad —me reveló al cruzarse en mi camino. Su sola presencia emanaba fragancias de mundos que aquí eran desconocidos. Me invitó a seguirla hasta la iglesia, subió las escaleras que llevaban al campanario y dejó caer su única prenda.
—¿La sientes? —preguntó desnuda, al borde de la torre.
—¿La soledad? —inquirí, admirando su perfección, su piel blanca y húmeda.
—No, no es solo la soledad —objetó ella con voz suave—. Hay muchas cosas más. Miro la lluvia caer y me aterra. En algún lugar, sé, alguien lleva la cuenta de todo.
Cuando comprendí la dureza de sus palabras, observé su cuerpo triunfante en el vacío, cayendo al suelo como las gotas de lluvia que la acompañaban en su fortaleza y felicidad, hasta el final.
Iván Rachez.
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Me gustó mucho. Corto y conciso... y triste también. Me gustan las historias tristes pero solo en la ficción.
ResponderBorrarTe quiero.
Me gustó mucho. Corto y conciso... y triste también. Me gustan las historias tristes pero solo en la ficción.
ResponderBorrarTe quiero.
a mi también me encantan las historias tristes, son las que más fácilmente me fluyen. ¿Porqué será?
Borrara mi también me encantan las historias tristes, son las que más fácilmente me fluyen. ¿Porqué será?
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