CRÓNICAS CIRCENSES
de
12
marzo
COM
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Foto de La luna que hay en ti |
LA GUERRA DE LOS ENANOS
Esta noche es la velada de la princesa de las bestias. En las calles se dispondrán antorchas al paso de las caravanas, se recogerán las hojas secas de los helechos viejos para ser quemadas y hogazas de pan serán dispuestas en cada cabaña para reverenciar a los muertos. Hoy seremos muchos los hombres que lo celebraremos. Esta noche, el espejismo que separa la ficción de la realidad desparecerá; los recuerdos, esas esencias que han estado viajando a lo largo de la tierra regresarán de nuevo a su matriz y las memorias terminaran abriéndose huecos en la tierra para anidar allí. Será entonces cuando todos experimentaremos la furia de aquellos remotos tiempos; luego en la mañana, nuevamente los olvidaremos.
Aníbal, mi carcelero, quien ha estado custodiándome
desde que él mismo tiene memoria, asegura
que estas celebraciones no son más que una excusa para la perdición, para que en los burdeles se engendren más vilezas
y los asesinos anden libres por las calles como perros al acecho, olisqueando entre
la lluvia y el lodo una coartada perfecta para su agresión; insiste en que el
alma sólo puede salvarse controlando los impulsos de la carne y que bebiendo y
fornicando no se puede rendir homenaje a nadie, que los muertos, perdidos están, que sus espíritus se pudren y
deshacen a medida que cruzan el paso hacia el infierno, y menos, que la magia pueda remover la tierra
de los muertos ni provocar hechizos en los ebrios. Sólo Dios sabe si él tiene razón, pero aun y con todo eso, esta noche yo también celebraré; cuando comience la ceremonia y los hombres
empiecen a perder el control, cuando las cuencas de cerveza empiecen a agotarse
más rápido que las reservas en tiempos de guerra y la lluvia arrecie con toda
su bravura sobre las crías muertas, en el momento en que el caos se apodere de
las calles y todos compartan la misma visión de los espíritus, entonces yo me
uniré a ellos, brindando con una copa de
vino tras las rejas. Será suficiente para mí. Sí,
esta noche, festejaré yo también su velada.
Los tiempos ya no son generosos, nunca como lo
fueron antes, mi cabello se ha ido cayendo desde que fui encerrado, mis huesos
han empezado a doler y extrañamente las ratas han venido muriendo de inanición,
aunque los fetos, siguen apareciendo. _ Varón, la ocasión suelen pintarla calva ¿Entiende?_ Repetía don Alberto cuando daba a entender
que los tiempos son inexorables. Supongo
que yo también estoy viejo ya. Además
pensar en él, me llena de nostalgia, y eso con los años, aumenta el dolor.
Este es un relato con nombre propio, el de un
hombre lleno de dádivas y traiciones, de luchas, carnavales y quimeras,
y tal vez sólo esté interesado en escribir esta historia para devolver la vida a
ese gran espectáculo que estará presenciándose con seguridad en el infierno. Aparte
de eso, estas hojas sólo servirán para que las ratas tengan un lugar más limpio
y decente donde defecar, para que quizás más fetos crezcan entre ellas y la
placenta sólo sirva para invocar mas maldiciones que alimenten estas pútridas tierras, pero seguro estoy que
ni siquiera Aníbal perderá su tiempo conociendo esta historia, así que
sin más interés para nadie, mi labor sólo
tendrá importancia más que para mí y tal vez para las ratas. Cuando acabe la
noche y despunte la mañana y la ridícula velada haya terminado, entonces yo
ofrendaré un brindis por esos alcohólicos que se descuidaron y pasaron al mas allá
por un paso en falso, por las esposas, hijas, madres y hermanas ultrajadas y
asesinadas brutalmente; por los ancianos desconsolados que murieron de temor al
descubrir los caminos extremos que sus hijos varones escogieron, pero sobre
todo, rezaré porque los huérfanos que abundarán en la mañana crezcan libres de
pecados y no cometan los mismos errores de sus padres.
Las primeras gotas de la noche han empezado a caer, Aníbal ya me conoce
lo suficiente, así que me deja la copa de vino en el suelo para que escribir
sea un acto placentero. “Espero que esta
noche te inspire ese viejo del que tanto
hablas” se aleja entre carcajadas mientras miro el techo cavernoso,
deseando con dolor que sus palabras surtan efecto. Suspiro. La lluvia, alimenta mi nostalgia.
Continuación ....
Continuación ....
EVASIVA VERDAD
de
10
marzo
COM
“Él hombre debe quedarse solo
y callado
Cuando el señor
se lo impone;
Debe, humillado, besar el suelo,
Pues tal vez aún haya esperanza.”
Lamentaciones 3:28-29
Antiguo Testamento
Mi
karma se alimenta de mi propio cuerpo como todos los karmas y se originó en una
lejana tierra al final de la existencia; el lugar donde tiempo atrás profeticé
la llegada del superhombre, aquel que con su sabiduría revelaría las verdades
propias de la naturaleza. Pero como la
eternidad es un lujo que la vida no puede soportar, decidí reunir antes de mi
muerte las verdades que en mí por años se acumulaban; aquel último testamento
que precediera tan esperado advenimiento y que al mismo tiempo iluminaría el
sombrío camino al que parecían dirigirse aquellas almas en pena, almas que
parecían ya estar condenadas.
Para esta labor decidí confinarme y depender de las vitelas
que son hechas con pieles de cabra, no tan comunes como el pergamino extraído
de la piel de oveja, ya que el primero
resulta ser más duradero. Pero debió ser la esencia de los animales sacrificados
inútilmente por la irracionalidad del hombre lo que convocó sobre aquellas
pieles un encantamiento, porque al instante de desahogar la primera letra sobre
la piel muerta, esta de repente empezó a galopar caprichosamente de aquí para
allá por esas praderas color marrón. Conmocionado por la vida que acaba de
crear, porque ¿qué son las palabras sino universos paralelos? decidí hacer lo
que cualquier Todopoderoso habría hecho después de darle vida a su solitaria
creación, y con premura le brindé la compañía necesaria: con delicadeza extendí
las pieles que llevaba en el suelo para ensanchar su mundo, y satisfecho,
quizás ufano, me senté a contemplar su evolución.
Fue así como estos elegantes cuerpos conjugaron
descendencias milenarias, tiempo que me dio la impresión no fue más largo que
un segundo, un instante donde el infinito encapullado entre sus hojas se
adormeció; pergaminos sinvergüenzas y malignos que en muchas ocasiones sólo
repetían un primer verso dentro de sus interminables eras. Crueles y mezquinos,
empezaron a mofarse de mi conciencia revelándome la verdadera ignorancia,
siempre codificando los secretos ocultos de la vida, la eternidad y la
antimateria. Al comienzo, entre lágrimas, y enardecido, luchaba por descifrar
aquellas indomables letras que saltaban de hoja en hoja como pulgas danzarinas
de un circo fabulesco, y la única verdad que pude resolver fue el descubrir que
irremediablemente este amargo destino no era más que una constante universal
para quienes pretendían simular el trabajo de Dios. Fue entonces, cuando
comprendí que debía hacer lo segundo que habían hecho los pseudotodopoderosos
llegados a este punto, y obedientemente dejé los pergaminos a su suerte y
comencé a reestructurar mi entendimiento por completo.
Gradualmente fui perdiendo la necesidad de dormir ya que
viajaba a través de mi mente escuchando el flujo acompasado de la vida. También
perdí la necesidad de comer porque de mis sueños obtenía los nutrientes
necesarios para la existencia; por último, suprimí las necesidades del cuerpo porque
aquello que tuviera que ser expulsado, así mismo debería ser reprimido. Era el
paso inexorable del tiempo lo que me mantenía en ese estado; sin embargo, por
más que lo intentase, es cierto que el hombre no puede olvidarse de sus hijos del
mismo modo que Dios no puede simplemente ignorar su creación, y cuando fui consciente
de esa lógica, fieles a la libertad de la conciencia, esclavas del albedrio,
aquellas letras ya libraban sus propias batallas utópicas y heréticas: la
historia escrita y por escribir, escribiéndose y re-escribiéndose literalmente
en la guerra. Afligido, fui sumergiéndome en aquella locura desbordada, en ese
frenesí de deterioro cultural. Leyendo sobre las primeras hojas, lenguas
semíticas luchaban primitivamente entre sí. Arameo, ugarítico y fenicio,
paradójicamente ya no eran más que lenguas muertas, dialectos olvidados. Hojas
más adelante la guerra continuaba y evolucionaba cruelmente. Culturas se
enfrenaban sin misericordia alguna. Claramente distinguía lenguas indoeuropeas,
lenguas altaicas, caucásicas, indoiranias y dravídicas. Lenguas aislantes, flexivas y aglutinantes, y
también logogramas que aún no comenzaban a existir. Era una demencia
burbujeante y desalmada que aniquilaba la esperanza y admiración que tanto tiempo
había sentido hacia las civilizaciones patriarcas. Colmado, me negué nuevamente
a leer aquella desventurada historia y levantando mi cara con decepción y
tristeza cerré los pergaminos al tiempo que cerraba mis ojos. Entonces, una
inquietud* se apodero de mi
corazón.
— ¿Acaso, realmente, hemos sido abandonados?
Una
solitaria brisa revolvió mis cabellos canos y el posterior silencio aterrador
que amplificaba la soledad de mi alma, me provocó el sabor insípido de la
desesperanza. Fue en aquel momento cuando abrí los ojos y me estrellé con la
mirada ansiosa de un anciano que sonreía de forma desafinada.
—Por fin has despertado— expresó después de aquella risa.
—Por fin has despertado— expresó después de aquella risa.
—Tan
sólo llevo un segundo con los ojos cerrados —respondí, asustado por el agudo
sonido que aún rechinaba en mi cabeza revelándome su hermético nombre: κήρυγμα
—Nunca ha sido así —aseguro él —llevas eras soñando,
meditando, divagando o lo que sea que creas que has estado haciendo durante el
luengo tiempo de tu corta existencia, “profetizando” siempre en lengua extraña.
— Es imposible, estás equivocado— Alegué en mi defensa.
—Necio, eres tú el que siempre lo ha estado— ratificó
κήρυγμα mientras me acercaba un pequeño cubo de espejos finamente acoplados.
Fue entonces cuando contemplé mi reflejo encerrado en la
tridimensionalidad de aquella maravilla cuadrada. Mi yo encerrado y expuesto en
tan infinitas caras era el de un ser rejuvenecido, lo que demostraba que mi
sabiduría no era más grande ni elocuente que la de un crío perturbado.
A continuación empezaron a in transcurrir
los días, las noches y los años.
κήρυγμα me enseñó a descifrar los relatos
interminables de aquellas verdades evasivas, leyendo lo que ya había sucedido y
lo que aún faltaba por suceder. Me convertí en su discípulo, en su mensajero, y
él me permitió descubrir la dualidad del universo. Manifestándome la verdadera
propiedad de la energía, haciéndome entender que no todo sería una fatalidad,
enseñándome que la no naturaleza también era algo natural, una parte del
proceso y de la no materia.
Los pergaminos continuaron proyectándose hasta
el sinfín de la naturaleza y yo empecé a descifrar la misma entelequia
aprendiendo de aquellos textos cambiantes, y en ocasiones, atascado
longitudinalmente en una deslumbrante estrofa. Mi cuerpo se desprendió de la
mente y mi mente se desprendió del cuerpo, de manera que en uno me convertí con
κήρυγμα, mi verdadero maestro, mi propio yo; y cuando comprendí que realmente
la vida germinaba, fue entonces cuando el tiempo retomó su cauce como las aguas
que se descongelan y son alimentadas por su propia corriente.
Mis ojos se abrieron a la luz y me hallé en el momento
mismo de aquella lejana inquietud*. Una vez más, aquellos textos me habían
dominado; mi barba estaba ahí donde siempre había estado, blanca y espesa como
la nieve; mi piel tersa se cuarteó súbitamente y el vello que creí había
retrocedido con la llegada de la juventud, floreció de nuevo entre mis orejas.
Entonces acepte mi vejez como la vida a la primavera y fue bueno para mí, fue
bueno en realidad.
A mi regreso y con el último testamento en
mi poder, al cual llamaba el libro de las revelaciones, hombres y mujeres,
ancianos y niños, políticos, maestros y comerciantes fueron llegando para leer
mis sabios pensamientos, pero cuando no tuvieron forma de comprender aquellas verdades, igualmente uno a uno
fueron enloqueciendo. Las verdades no siempre serán apologías y los corazones
duros nunca podrán entender por más que se les reprenda. Comprendí que el ego,
la indiferencia y la falta de amor serían obstáculos para decodificar aquellos
difíciles pergaminos. Por tal razón el primer párrafo se repartía perpetuamente
a través del libro. De ahí que políticos y religiosos henchidos de ignorancia
me dictaran pacto con el hijo de la aurora, Lucifer, la estrella del alba,
siempre con sus dedos apuntando el cielo. Ignaros, sus razones eran que un
planeta a millares de kilómetros de distancia era un demonio al cual mis
escritos rendían adoración; así que enceguecidos en su oscuridad ordenaron
quemar cuanto antes el libro de las revelaciones. Fue entonces cuando la ira se
desprendió de mi ser y κήρυγμα salió en mi defensa, pero como era un ser
imaginario su protección jamás se escuchó, y el superhombre, vencido, volvió a
esconderse dentro de mis lamentos.
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