EVASIVA VERDAD

                                                                                            
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                               “Él hombre debe quedarse solo y callado
                              Cuando el señor se lo impone;
                   Debe, humillado, besar el suelo,
                                       Pues tal vez aún haya esperanza.”

                                                           Lamentaciones 3:28-29
                                                    Antiguo Testamento

        Mi karma se alimenta de mi propio cuerpo como todos los karmas y se originó en una lejana tierra al final de la existencia; el lugar donde tiempo atrás profeticé la llegada del superhombre, aquel que con su sabiduría revelaría las verdades propias de la naturaleza.  Pero como la eternidad es un lujo que la vida no puede soportar, decidí reunir antes de mi muerte las verdades que en mí por años se acumulaban; aquel último testamento que precediera tan esperado advenimiento y que al mismo tiempo iluminaría el sombrío camino al que parecían dirigirse aquellas almas en pena, almas que parecían ya estar condenadas.
Para esta labor decidí confinarme y depender de las vitelas que son hechas con pieles de cabra, no tan comunes como el pergamino extraído de la piel de oveja,  ya que el primero resulta ser más duradero. Pero debió ser la esencia de los animales sacrificados inútilmente por la irracionalidad del hombre lo que convocó sobre aquellas pieles un encantamiento, porque al instante de desahogar la primera letra sobre la piel muerta, esta de repente empezó a galopar caprichosamente de aquí para allá por esas praderas color marrón. Conmocionado por la vida que acaba de crear, porque ¿qué son las palabras sino universos paralelos? decidí hacer lo que cualquier Todopoderoso habría hecho después de darle vida a su solitaria creación, y con premura le brindé la compañía necesaria: con delicadeza extendí las pieles que llevaba en el suelo para ensanchar su mundo, y satisfecho, quizás ufano, me senté a contemplar su evolución.
Fue así como estos elegantes cuerpos conjugaron descendencias milenarias, tiempo que me dio la impresión no fue más largo que un segundo, un instante donde el infinito encapullado entre sus hojas se adormeció; pergaminos sinvergüenzas y malignos que en muchas ocasiones sólo repetían un primer verso dentro de sus interminables eras. Crueles y mezquinos, empezaron a mofarse de mi conciencia revelándome la verdadera ignorancia, siempre codificando los secretos ocultos de la vida, la eternidad y la antimateria. Al comienzo, entre lágrimas, y enardecido, luchaba por descifrar aquellas indomables letras que saltaban de hoja en hoja como pulgas danzarinas de un circo fabulesco, y la única verdad que pude resolver fue el descubrir que irremediablemente este amargo destino no era más que una constante universal para quienes pretendían simular el trabajo de Dios. Fue entonces, cuando comprendí que debía hacer lo segundo que habían hecho los pseudotodopoderosos llegados a este punto, y obedientemente dejé los pergaminos a su suerte y comencé a reestructurar mi entendimiento por completo.
Gradualmente fui perdiendo la necesidad de dormir ya que viajaba a través de mi mente escuchando el flujo acompasado de la vida. También perdí la necesidad de comer porque de mis sueños obtenía los nutrientes necesarios para la existencia; por último, suprimí las necesidades del cuerpo porque aquello que tuviera que ser expulsado, así mismo debería ser reprimido. Era el paso inexorable del tiempo lo que me mantenía en ese estado; sin embargo, por más que lo intentase, es cierto que el hombre no puede olvidarse de sus hijos del mismo modo que Dios no puede simplemente ignorar su creación, y cuando fui consciente de esa lógica, fieles a la libertad de la conciencia, esclavas del albedrio, aquellas letras ya libraban sus propias batallas utópicas y heréticas: la historia escrita y por escribir, escribiéndose y re-escribiéndose literalmente en la guerra. Afligido, fui sumergiéndome en aquella locura desbordada, en ese frenesí de deterioro cultural. Leyendo sobre las primeras hojas, lenguas semíticas luchaban primitivamente entre sí. Arameo, ugarítico y fenicio, paradójicamente ya no eran más que lenguas muertas, dialectos olvidados. Hojas más adelante la guerra continuaba y evolucionaba cruelmente. Culturas se enfrenaban sin misericordia alguna. Claramente distinguía lenguas indoeuropeas, lenguas altaicas, caucásicas, indoiranias y dravídicas.  Lenguas aislantes, flexivas y aglutinantes, y también logogramas que aún no comenzaban a existir. Era una demencia burbujeante y desalmada que aniquilaba la esperanza y admiración que tanto tiempo había sentido hacia las civilizaciones patriarcas. Colmado, me negué nuevamente a leer aquella desventurada historia y levantando mi cara con decepción y tristeza cerré los pergaminos al tiempo que cerraba mis ojos. Entonces,  una  inquietud*  se apodero de mi corazón.
— ¿Acaso, realmente, hemos sido abandonados?
            Una solitaria brisa revolvió mis cabellos canos y el posterior silencio aterrador que amplificaba la soledad de mi alma, me provocó el sabor insípido de la desesperanza. Fue en aquel momento cuando abrí los ojos y me estrellé con la mirada ansiosa de un anciano que sonreía de forma desafinada.
            —Por fin has despertado— expresó después de aquella risa.
        —Tan sólo llevo un segundo con los ojos cerrados  —respondí, asustado por el agudo sonido que aún rechinaba en mi cabeza revelándome su hermético nombre: κήρυγμα
 —Nunca ha sido así  —aseguro él —llevas eras soñando, meditando, divagando o lo que sea que creas que has estado haciendo durante el luengo tiempo de tu corta existencia, “profetizando” siempre en lengua extraña.
— Es imposible, estás equivocado—  Alegué en mi defensa.
—Necio, eres tú el que siempre lo ha estado— ratificó κήρυγμα mientras me acercaba un pequeño cubo de espejos finamente acoplados.
 Fue entonces cuando contemplé mi reflejo encerrado en la tridimensionalidad de aquella maravilla cuadrada. Mi yo encerrado y expuesto en tan infinitas caras era el de un ser rejuvenecido, lo que demostraba que mi sabiduría no era más grande ni elocuente que la de un crío perturbado.
            A continuación empezaron a in transcurrir los días, las noches y los años.
       κήρυγμα me enseñó a descifrar los relatos interminables de aquellas verdades evasivas, leyendo lo que ya había sucedido y lo que aún faltaba por suceder. Me convertí en su discípulo, en su mensajero, y él me permitió descubrir la dualidad del universo. Manifestándome la verdadera propiedad de la energía, haciéndome entender que no todo sería una fatalidad, enseñándome que la no naturaleza también era algo natural, una parte del proceso y de la no materia.
      Los pergaminos continuaron proyectándose hasta el sinfín de la naturaleza y yo empecé a descifrar la misma entelequia aprendiendo de aquellos textos cambiantes, y en ocasiones, atascado longitudinalmente en una deslumbrante estrofa. Mi cuerpo se desprendió de la mente y mi mente se desprendió del cuerpo, de manera que en uno me convertí con κήρυγμα, mi verdadero maestro, mi propio yo; y cuando comprendí que realmente la vida germinaba, fue entonces cuando el tiempo retomó su cauce como las aguas que se descongelan y son alimentadas por su propia corriente. 
 Mis ojos se abrieron a la luz y me hallé en el momento mismo de aquella lejana inquietud*. Una vez más, aquellos textos me habían dominado; mi barba estaba ahí donde siempre había estado, blanca y espesa como la nieve; mi piel tersa se cuarteó súbitamente y el vello que creí había retrocedido con la llegada de la juventud, floreció de nuevo entre mis orejas. Entonces acepte mi vejez como la vida a la primavera y fue bueno para mí, fue bueno en realidad.
        A mi regreso y con el último testamento en mi poder, al cual llamaba el libro de las revelaciones, hombres y mujeres, ancianos y niños, políticos, maestros y comerciantes fueron llegando para leer mis sabios pensamientos, pero cuando no tuvieron forma de comprender aquellas verdades, igualmente uno a uno fueron enloqueciendo. Las verdades no siempre serán apologías y los corazones duros nunca podrán entender por más que se les reprenda. Comprendí que el ego, la indiferencia y la falta de amor serían obstáculos para decodificar aquellos difíciles pergaminos. Por tal razón el primer párrafo se repartía perpetuamente a través del libro. De ahí que políticos y religiosos henchidos de ignorancia me dictaran pacto con el hijo de la aurora, Lucifer, la estrella del alba, siempre con sus dedos apuntando el cielo. Ignaros, sus razones eran que un planeta a millares de kilómetros de distancia era un demonio al cual mis escritos rendían adoración; así que enceguecidos en su oscuridad ordenaron quemar cuanto antes el libro de las revelaciones. Fue entonces cuando la ira se desprendió de mi ser y κήρυγμα salió en mi defensa, pero como era un ser imaginario su protección jamás se escuchó, y el superhombre, vencido, volvió a esconderse dentro de mis lamentos.



1 comentario:

  1. Le quedó bellísimo. Felicitaciones otra vez. Siempre es un placer leerlo, entrar en su mundo. Lo quiero mucho.

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