CAUTIVOS

4
COM
                                                                           Enlace de la imagen
                                                                                                    
                                                                                    Daniel respondió:
     — ¡Te acordaste de mi oh Dios! ¡Tú no
                                                                                abandonas a los que te aman!
Antiguo Testamento.

Hablaré de ella, de cómo vivió y desapareció en la iglesia en la que ahora, todos los días, bajo esta lluvia inmemorial de invierno, doblo las campanas para mantener vivo su recuerdo. Su aspecto nunca cambio con el tiempo, algo que a todos estremeció, sobre todo por su costumbre de errar por la aldea sin importar la rudeza de la lluvia. Quien se cruzara en su camino, tampoco dejaba de advertir su sonrisa constante y plena bajo unos ojos brillantes y ardientes, sus rizos largos y dorados que nunca peinaba, vistiendo años tras año su único camisón viejo de poca limpieza; y mientras ella, descalza recorría las calles, los demás nos ahogábamos en una tristeza queda y pesada por una lejanía que nos había sido conferida por el tiempo, conscientes de que aquel lugar estaba espantosamente perdido, que sus caminos eran negros y engañosos, y que ella, con su llegada, parecía haber prohibido toda opción de sentirnos recordados por alguien,  a nosotros, los abandonados.
     Tanto aquí como allá sobre si la acompañaba una sombra pesada de soledad, quizás como la de la aldea misma; y a medida que aumentaba  el  despreció de la gente, a medida que quedaba en claro que su llegaba era como una peste traída de otras tierras, y que nuestras vidas seguirían eternamente perdidas y olvidadas, reforzabase ese inexplicable reproche hacia ella, ese sentimiento de ira impotente y asco reprimido que surgía cada vez que, bajo la tormenta perpetua, parecía regocijarse cada vez más. ¿En su corazón acaso maduraba durante su deambular, algún sentimiento de odio? Quién sabe si no lo esté haciendo en este preciso momento, en ese remoto lugar donde ningún susurro llega hasta nosotros.  
     Del último día que la vi, recuerdo que un aroma de pureza se difundió en el aire, también fue la única vez que oí su frágil voz.
     —Tantas cosas ocurren en una tormenta. Tantas formas de vencer la cautividad —me reveló al cruzarme en su camino. Su sola presencia emanaba fragancias de mundos que aquí eran desconocidos; me invitó a seguirla hasta la iglesia, subió las escaleras que llevaban al campanario y dejó descolgar su única prenda.
    ¿La sientes? —Preguntó desnuda, al borde de la torre.
    ¿La soledad? —inquirí mientras admiraba su perfección. Su piel blanca y húmeda.
     — No, no sólo es la soledad —objetó ella con voz taimada — hay muchas cosas más. Miro la lluvia caer y me aterró. En algún lugar, sé,  alguien lleva la cuenta de todo.
     Cuando comprendí la dureza de sus palabras observé su cuerpo triunfante en el vacío, cayendo al suelo como las gotas de lluvia que la acompañaban a su fortaleza y felicidad hacia el final..